Urtubey junto a Macedo quedaron en El Galpón más solos que un cartel después de la campaña

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El ex Gobernador Juan Manuel Urtubey devenido ahora en Kirchnerista, cuando no escatimaba imputaciones en contra de la condenada Cristina Kirchner, quien lo puso de candidato a senador por Salta por Fuerza Patria, apareció junto a su mujer Isabel Macedo y sus dos hijas por El Galpón de campaña proselitista.

Dejó en la localidad una triste postal, intentando sostener un entusiasmo que ya nadie comparte. Los aliados se esfumaron, los militantes miran para otro lado y los micrófonos, antes tan ansiosos de registrarlo, hoy parecen temer el silencio que lo rodea.

Quedó más solo que un cartel después de las elecciones, más solo que una promesa incumplida. Lo que antes era fervor se transformó en eco, y el eco —dicen— no vota.

Entre sonrisas forzadas y saludos sin manos que los reciban, el candidato sigue repitiendo su libreto, convencido de que aún queda público al otro lado del escenario. Pero la realidad es otra: la función terminó, y ni los aplausos grabados alcanzan para disimularlo.

En otra localidad Urtubey realizó un acto en un cine al que ni siquiera pudo llenar

Su propagando política tanto en radio y televisión utiliza la misma música de fondo que uso en su campaña a gobernador junto al otro desaparecido y millonario Andrés Zottos.

En El Galpón se quedó en una confitería frente a la plaza de la localidad siendo su único acompañante el ex intendente, “Paposa” Romero.

Como se sabe el actual intendente de esa localidad apoya a los candidatos de Primero Salta, el frente electoral armado por Gustavo Sáenz.

Urtubey decidió salir de campaña junto a su mujer Isabel Macedo y sus dos hijas, ya que algunas mujeres se acercan con la sola intención de tener una foto con la actriz.

Mientras tanto, él sonríe, saluda al aire y repite que “el pueblo lo acompaña”.

Hasta hace poco, lo rodeaban cánticos, bombos y selfies de militantes convencidos de estar “haciendo historia”. Hoy, apenas lo acompaña el eco de su propio discurso. Los compañeros desaparecieron con la velocidad con que se vacía una olla popular cuando se acaba el presupuesto.

El candidato, que supo hablar de “lealtad”, hoy no encuentra ni un aplauso alquilado. Los intendentes miran para otro lado, los punteros “no lo encuentran en agenda” y hasta el micrófono parece dudar antes de amplificarle la voz.

Quedó más solo que una boleta cortada. La épica se evaporó, los slogans envejecieron y el pueblo —ese que siempre tiene la última palabra— esta vez decidió guardar silencio.

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