Actuando. Por Julio Bárbaro

    0
    350

    Sobre un fracaso electoral, superados los mecanismos de negación, el grupo gobernante se divide a partir de una discusión sofisticada donde ahora destacan el sinsentido de la división.

    Una multitud festejando una derrota, un fracaso del que todavía no hemos podido reponernos, confrontando sobre dos opciones de poder sin proyecto, sin otro objetivo que los cargos. Como protagonista de esa tragedia debí asumir con amargura que aquel golpe había sido exitoso. Habían destruido la industria que generaba trabajo por bancos y por financieras que fugaban divisas. La desocupación que no llegaba al cuatro por ciento la habían llevado cercana al cincuenta. La voluntad patriótica estaba herida en su esencia, la conciencia nacional reducida a discusiones menores, semánticas, como el número de desaparecidos, como si en ese número simbólico se condensara la profundidad de la tragedia. Para mi concepción, como peronista, me lastimaba la idea de festejaran una derrota de la cual hasta el presente no logramos recuperarnos.

    Sobre un fracaso electoral, superados los mecanismos de negación, el grupo gobernante se divide a partir de una discusión sofisticada donde ahora destacan el sinsentido de la división. Se podría pensar que la codicia por los cargos deja a la vista el desprecio por las necesidades colectivas. Decidieron focalizar la pasión en el recuerdo del último golpe, momento en el que imaginaban salir airosos de una confrontación militar y ahora redujeron sus ambiciones al triste gesto de exagerar el número de los caídos. No se animan a enfrentar la demencia de haber buscado una guerra que jamás podrían haber ganado, mucho menos a encarar la autocrítica de haber ejercido violencia en plena democracia ni el absurdo abandono a los cargos que ese gobierno les había delegado. Aquello que se llevó miles de vidas, fruto de un error político y militar incomprensible, esa suma de errores de un grupo guerrillero cuya conducción lo sobrevivió y hace tiempo que no tiene absolutamente nada que decir, es ignorado en la conciencia de la multitud. La acumulación de errores y de fracasos queda reducida al dolor de los deudos y a las prebendas de los beneficiarios de su memoria.

    Lo peor de esta pesadilla, mejor dicho, de esta tragedia, es cómo entierran al peronismo, esa fuerza política y expresión de un pueblo que ellos redujeron a la simple reiteración de sus rituales. Cuesta y duele ver cómo en lugar de heredar sus virtudes se obsesionan en multiplicar sus defectos y en convertirse en la caricatura de lo que el enemigo imaginaba al denostarnos. Triste y patética visión de lejana juventud, tiempos donde el pasado no se comprende y el mañana no importa. El golpe demuele un modelo de sociedad integrada con apenas un cuatro por ciento de desocupación, un país con desarrollo industrial e integración de su clase trabajadora y un modelo nacional que con el radicalismo había ingresado en una democracia plena y con el peronismo había asumido su desarrollo industrial.

    Queda Frondizi que con Frigerio procuran un debate sobre las necesidades del sistema, enfrentan con seriedad las dificultades de un desarrollo capitalista complejo. Tiempos de reflexión y agrupamiento de voluntades, vendrá mi amigo entrañable, Aldo Ferrer a su provocador desafío “Vivir con lo nuestro” y una primera camada de cerebros dependientes, vocaciones coloniales que instalan el dogma de la asociación de importadores de chucherías cuyo mantra expresa “se agotó la sustitución de importaciones”. Fijado ese monolito de los reducidores de cabezas, la violencia se impuso como expresión de un guevarismo tardío y una imitación del “mayo en París”.

    Nuestra violencia se vuelve masiva con el golpe de Onganía y aquella atroz idea de un futuro “tiempo político” a decidir por la dictadura. Aclaremos que hasta el mismo Onganía tenía un plan de desarrollo económico nacional, que muchos gobiernos democráticos superaron los daños sociales que ni se atrevieron a gestar aquellos gobiernos militares.

    Luego de la muerte del General son pocos los que sobreviven con un proyecto nacional. No es casual que hayamos crecido hasta el último golpe y que la caída comience desde esa misma debacle. La dictadura viene a perseguir y destruir el sistema productivo, a proponer la idea de que invertir en el banco es más rentable que producir, que trabajar. Siempre se trata de dolarizar el peso, siempre terminan robando al ciudadano a quien invitaron a convertirse en inversor. La dolarización es el camino más corto a la guerra civil. Lo probamos dos veces, hoy quien tiene dinero no puede ni invertirlo ni guardarlo en el banco, quien necesita crédito no logra obtenerlo, los bancos se ocupan de quedarse con los pequeños comercios y convertirlos en franquicias, disolviendo a la par a la clase media y su aporte cultural.

    El almacén, la farmacia, la panadería, el bar, la carnicería, el rematador, el remisero, ese conjunto de oficios que conocimos en nuestra infancia quedan reducidos a sucursales bancarias y sus empleados se vuelven simples dependientes mal pagos por lo tanto, los servicios que se privatizaron para competir fueron convertidos en monopolios que reducen al ciudadano a la condición de consumidor. Si queremos dar de baja a algún abono de servicios que genera exagerados gastos, llamamos para avisarles y nos lo reducen a la mitad, una manera de avisarnos primero que nos roban, y luego que no nos respetan. Pasamos de un cuatro por ciento de desempleo a superar un cuarenta por ciento, mientras nuestra “militancia” se apasiona para decidir el futuro de sus rentas que lejos están de parecerse a las necesidades de sus votantes.

    Me duele el peronismo que perdió su identidad a la par que los obreros sus derechos, duele, y mucho, recordar una sociedad integrada que se fue destruyendo lentamente. Y lo que más lastima es la falta de ilusiones, de sueños de un mañana mejor. Una multitud había concurrido a recibir en Ezeiza al General Perón en su retorno, la violencia de las minorías impidió aquel encuentro, el más masivo de nuestra historia. Luego los agentes de la anti patria inventaron teorías sobre la culpa de la derecha frente a las virtudes de la izquierda. Ese fracaso marcó la incapacidad de Cámpora para conducir el país y obligó a asumir al General. En aquel regreso, después de diez y ocho años, no había ni micros ni sectarismos en ese pueblo convertido en multitud. Perón volvía al encuentro de los argentinos, “descarnado”, “amortizado”, retornaba a ser gestor de unión y lo lograría más allá de una derecha cerril que se refugiaba en las fuerzas armadas y una izquierda violenta y suicida que no estaba dispuesta a asumir la democracia.

    Pasé días en la cárcel de Trelew, fui responsable de los dos primeros aviones de liberados, discutí mucho a causa de la muerte de Rucci, sentimos miedo de esa irresponsabilidad que intentaba destruir la sociedad. Sufrí secuestro y exilio, no tuve el salvoconducto de algunos ni la relación con la dictadura de otros. No quiero abandonar mi peronismo aun cuando a veces me cuesta entender su vigencia, tan discutible como la de la patria misma. La multitud del acto por la Memoria fue un nuevo error de quienes reivindican la violencia frente a la democracia, de quienes deformaron los derechos humanos para convertirlos en una bandera descolorida y sin sentido.

    Apostemos a superar aquel golpe reconstruyendo el trabajo, la producción y la inversión, saliendo de la pobreza, esos son derechos, lo demás sólo excusas. Soy optimista, nos queda mucho por hacer.

    DEJA UNA RESPUESTA

    Por favor ingrese su comentario!
    Por favor ingrese su nombre aquí