La grieta no es un invento argentino. Por Mónica Gutierrez

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    Nuestra versión Nac & Pop de la grieta es seguramente muy profunda pero no es precisamente la más virulenta. Puede que todavía estemos a tiempo de presentar batalla

    Un partidario de Trump lleva un cartel mientras usa una mascarilla del candidato presidencial demócrata de Estados Unidos, Joe Biden, durante una protesta frente al Centro de Convenciones de Filadelfia, donde todavía se cuentan los votos dos días después de las elecciones presidenciales, en Filadelfia, Pensilvania, Estados Unidos. 5 de noviembre de 2020. REUTERS/Mark Makela
    Un partidario de Trump lleva un cartel mientras usa una mascarilla del candidato presidencial demócrata de Estados Unidos, Joe Biden, durante una protesta frente al Centro de Convenciones de Filadelfia, donde todavía se cuentan los votos dos días después de las elecciones presidenciales, en Filadelfia, Pensilvania, Estados Unidos. 5 de noviembre de 2020.

    El electrizante escrutinio de la elección presidencial en EEUU nos encontró esta semana pegados a las pantallas. Como nunca antes la gente no habitualmente interesada en los avatares de la política internacional quedó capturada por el curso de los acontecimientos.

    La delirante aptitud de Donald Trump sumó espectacularidad y crispación a la escena pública y expuso de manera descarnada el peso del factor humano en una era signada por las nuevas formas de comunicación y sus consecuencias.

    Twitter bloqueó en la madrugada de este miércoles un mensaje del Presidente estadounidense acusando a sus rivales demócratas de tratar de “robar” las elecciones.

    La advertencia superpuesta sobre el posteo indica que “una parte o la totalidad del tweet es controvertido y podría resultar engañoso respecto al modo de participación en unas elecciones o en cualquier otro proceso cívico”.

    El prestigioso columnista Paul Krugman advirtió acerca de la compulsión de Trump a mentir y avalar la difusión de teorías conspirativas que se viralizan a la velocidad de la luz generando peligrosísimos efectos. La incidencia de los dichos del desbocado Trump sobre el comportamiento de millones de norteamericanos conduce a situaciones extremadamente riesgosas.

    El encendido discurso del jueves impugnando los votos por correo, que él considera “ilegales”, escaló al punto de denunciar un sistema corrupto en el que incluye a los grandes medios de comunicación, la tecnología y el dinero.

    En un hecho inédito las principales cadenas dejaron de transmitir el discurso de Trump del pasado jueves. “Estamos interrumpiendo esto porque lo que está diciendo el presidente de los Estados Unidos es una gran mentira, no vamos a permitir que siga”, dijo el conductor de CNBC Shep Smith.

    En el caso de las señales que mantuvieron el discurso completo, los principales presentadores enfrentaron abiertamente al Jefe de Estado. CNN, que sostuvo en el aire la diatriba presidencial, advirtió en tiempo real a su audiencia. “Sin presentar pruebas, Trump afirma que le están haciendo trampa”, rezaba un graph clavado en la pantalla.

    Mucho más allá del resultado electoral el magnate ha sido absolutamente exitoso en orden a generar una sociedad atravesada por la división y el odio. Montado en su irrefrenable personalismo y nula tolerancia a la frustración ha generado condiciones a incidentes armados en las calles estadounidenses.

    La violencia simbólica que Trump ha alimentado con su personalidad delirante abre el camino a los extremismos y da cuenta de los riesgos de una época dominada por la vertiginosa instalación de fake news, muchas de las cuales se gestan bajo muy cuidados procesos en los laboratorios de la desinformación.

    “Me gustaría volver a los tiempos de la Inglaterra de los Tudor, pondría las cabezas en picas a cada lado de la Casa Blanca”. El mensaje estaba destinado al epidemiólogo Anthony Fauci y al director del FBI, Chris Way. El mensaje levantado a redes por Steven Bannon, el revulsivo estratega trumpista fue rápidamente bajado de You Tube y neutralizado por la red del pajarito. Vanos fueron los intentos del “Rasputín de Trump” por encuadrar sus posteos en el orden de lo metafórico. Este tipo de salvajadas inspiran a los desquiciados de todos los bandos.

    En este desopilante contexto el movimiento QAnon logró ganar un escaño. La republicana Marjorie Taylor Greene, que llega a la Cámara Baja por Georgia, es la primera congresista en adherir públicamente al oscuro grupo de internatutas al que el FBI tiene en la mira por considerarlo una potencial amenaza de terrorismo doméstico.

    QAnon aparece en 2017, cuando un creador de videos de You Tube y dos moderadores del sitio 4Chan avalan la denuncia de un usuario anónimo quien asegura que Donald Trump se enfrenta a una red de pedofilia que intregran políticos y estrellas de Hollywood.

    Los seguidores de QAnon se dedican a descifrar los mensajes encriptados de un tal Q, cuya identidad se desconoce. También se ha denunciado a estos grupos por difundir piezas de desinformación que vinculan a figuras públicas con la pedofilia y el tráfico sexual. Muchas de estas afirmaciones linkeadas bajo el #SaveTheChildren fueron catalogadas de falsas por verificadores estadounidenses nucleados en la International Fact-Checking Network (IFCN)

    QAnon dejó de ser un fenómeno marginal al instalar durante la pandemia posiciones negacionistas en relación al coronavirus. Como los terraplanistas, los antivacunas se sumaron a la militancia digital llevando las posiciones al extremo.

    Facebook eliminó en las últimas semanas grupos de QAnon que celebraban la organización de grupos de choque armados y muy violentos. Lo propio hizo Twitter tras advertir que QAnon tiene “el potencial de provocar daños fuera de internet”. Youtube trata el contenido relacionado con el grupo como dañino y eliminó decenas de videos y TikTok bloqueó una serie de hashtags relacionados.

    Un aspecto poco conocido y que empieza a levantar alarma tiene que ver con las características sectarias que genera en sus seguidores, muchos de los cuales son reclutados entre personas emocionalmente vulnerables, logrando una rápida adhesión de características adictivas.

    Según varios testimonios recogidos por The Washington Post la adhesión fanatizada a los postulados Q ha comenzado a generar rupturas familiares y distanciamiento de parejas y grupos de amigos.

    La cooptación avanza de manera significativamente veloz entre nativos predigitales que migran seducidos por una tribalización que promete darles un sentido a sus vidas. Han comenzado a aparecer grupos de apoyo y ayuda en línea. Es el caso de QAnon casualties que brinda contención y soporte emocional a los familiares de afectados. Extraños fenómenos de esta época disruptiva.

    La avalancha de votos obtenida por el empresario devenido Presidente, por encima de los setenta millones de votos, da cuenta de que el trumpismo llegó para quedarse. No solo logró plantar bien hondo su relato sino que, al abortar la posibilidad de un segundo mandato, le queda una ficha para jugar más adelante. Todo parece indicar que, llegado el caso, sobrellevará el fracaso redoblando la confrontación. Considerando las características personales del susodicho es poco probable que se banque salir del escenario político sin apostar a la revancha.

    Mucho más allá de la incidencia que para la Argentina tendrá quien quede al frente de la democracia más poderosa del planeta, el show de las elecciones norteamericanas mete miedo y obliga a algunas reflexiones.

    No solo queda expuesto el avance irrefrenable de los populismos que juegan a dividir para reinar, sino que montados en personalidades extravagantes, en outsiders de la política, se imponen ocupando los espacios que dejan vacantes los partidos en retirada. Cabe también tomar nota de las dificultades de las democracias para enfrentar la creciente influencia de las maléficas “teorías conspirativas” y las cada vez más sofisticadas técnicas de desinformación que hacen pie en las redes sociales.

    La instalación del populismo en su forma más salvaje nos enfrenta también a una constatación: la grieta que nos afecta y daña nuestro día a día, no es un invento argentino.

    Es una construcción política siniestra, una estrategia de dominación.

    La identificación de un supuesto enemigo y la sostenida descarga de descalificaciones y violencia virtual contra el blanco elegido es parte de una guerra sin cuartel. Su maleficio excede con mucho la vida física de quienes pueden ocasionalmente encarnarla. Sobrevive a sus genitores, muta y reencarna potenciada en su descendencia.

    La pandemia, al masificar los contactos online, aceleró la penetración de este tipo de relatos. Frente al miedo que impuso el avance del virus, con su amenaza de enfermedad y muerte y la fragilidad económica que sobrevino a las restricciones y confinamientos, toda versión simplificada de la realidad es bienvenida por exaltadas mayorías.

    Nuestra versión Nac & Pop de la grieta es seguramente muy profunda pero no es precisamente la más virulenta. Puede que todavía estemos a tiempo de presentar batalla.

    Para sobrevivir con algún grado de libertad personal, se impone escapar de la confirmación de nuestros sesgos, a la que a diario nos condenan los algoritmos.

    Enfrentar un tiempo tan desafiante y complejo demanda salir de las versiones simplistas de las que tanto sabemos. Apuntalar la libertad de expresión, poner bajo una mirada crítica toda la data que recibimos, discriminar la información de calidad, debidamente chequeada de la manipulación mediática es parte de un proceso individual y social imprescindible.

    Trabajar en la búsqueda de acuerdos políticos sobre cuestiones básicas es urgente para salir de este escenario de devastación. Atentar contra la posibilidad de obtener y respetar puntos de encuentro es lisa y llanamente criminal.

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