La democracia antes, durante y después de la pandemia. Por Sergio Berensztein

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    Al margen de las consecuencias sanitarias, la expansión del virus y las medidas para contenerlo generaron efectos políticos significativos, especialmente en los sistemas democráticos.

    La victoria de Biden o, mejor dicho, la derrota de Trump fue el acontecimiento político más importante del 2020. El próximo miércoles, ambas cámaras del Congreso se reunirán en una sesión que presidirá el vicepresidente Mike Pence para contar los votos emitidos por el Colegio Electoral. Este es el último paso en el proceso de certificación del resultado. Aunque once senadores republicanos, entre ellos el texano Ted Cruz, tienen pensado objetar la victoria de Biden, su llegada a la presidencia a partir del 20 de enero parece inevitable. El resultado de los comicios en Estados Unidos y su posterior ratificación a través de los canales pertinentes representan un freno al avance que los populismos venían mostrando hasta ahora y un refortalecimiento de las instituciones democráticas. No necesariamente se producirá un cambio radical a partir de la asunción de Biden y no quiere decir que la democracia se haya recuperado del todo, pero es un elemento significativo por tratarse de la máxima potencia global y el sistema político de referencia para el resto del mundo.

    Con Trump fuera de la Casa Blanca, el funcionamiento político de los Estados Unidos debería volver a la senda de lo previsible. El hasta ahora presidente gobernó en los márgenes: embistiendo contra instituciones centenarias (como cuando intentó intimidar a los jueces de la Corte Suprema, algunos de los cuales él mismo nombró), incumpliendo las reglas de la democracia, atacando a la prensa crítica, tergiversando los hechos y sometiendo a los díscolos de su propio partido. A pesar de que la derrota de Trump puede contribuir a un fortalecimiento de la democracia o, al menos, a detener su debilitamiento, lo cierto es que el final de su gestión coincide con la aparición de un nuevo obstáculo en este sentido: la pandemia por coronavirus. Al margen de las consecuencias sanitarias, la expansión del virus y las medidas decretadas para contenerlo también generan en todo el mundo efectos políticos significativos, en particular en lo que respecta al funcionamiento de los sistemas democráticos.

    Un trabajo reciente publicado por el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA, por sus siglas en inglés) denominado “Haciendo un balance de las tendencias democráticas globales antes y durante la pandemia por Covid-19” sostiene que el virus afectó a un mundo que, en muchos aspectos, ya estaba enfermo desde el punto de vista democrático. A partir de los setenta, la tercera ola de democratización inauguró una época de avances constantes. Sin embargo, cada vez son más los países que experimentan retrocesos como consecuencia de las censo de líderes populistas (Trump podría ser considerado uno de ellos) y el surgimiento de regímenes autocráticos. A pesar de estos desafíos, las aspiraciones democráticas se han mantenido fuertes. Estimuladas por las demandas de los ciudadanos, el número de democracias en el mundo ha seguido creciendo incluso en la última década, aunque a un ritmo más lento que en decenios anteriores. En este marco, la pandemia generó nuevas y mayores adversidades. Puso fin a algunos de los procesos de apertura y reforma democrática que se observaban antes de la aparición del virus, al tiempo que afianzó o aceleró los procesos de retroceso y profundizó la autocratización (la transición a regímenes autocráticos). El virus no solo ha desatado una crisis sanitaria, también económica, social y democrática.

    A partir de marzo, más de la mitad de los países del mundo (59%) declaró el Estado de Emergencia (o similar), lo que les permitió adoptar medidas temporales drásticas (y en la mayoría de los casos necesarias) para contener el avance del Covid-19. Esas medidas han incluido la restricción de las libertades civiles básicas, como la libertad de reunión y de circulación, y en algunos casos el aplazamiento de las elecciones (la mitad de los comicios previstas entre febrero y diciembre se han aplazado). Si bien la mayor parte de las restricciones se aplicaron en el marco de los Estados de Emergencia previstos constitucionalmente, no por eso dejan de representar un riesgo para el correcto funcionamiento de los sistemas democráticos. Además, muchas de las medidas resultaron desproporcionadas, ilegales o innecesarias en relación con el riesgo sanitario.

    Como consecuencia, la pandemia ha profundizado los procesos de autocratización en la mayoría de los países que previamente no eran democráticos. Sin embargo, en al menos tres de los esos países (Bielorrusia, Kirguistán, Tailandia), la irrupción del virus se ha combinado con el descontento ciudadano previo y puede haber sido la gota que rebalsó el vaso, dando lugar a protestas masivas que exigen una reforma democrática. Aparentemente la pandemia también aceleró los retrocesos democráticos y ha puesto de manifiesto la debilidad y la fragilidad de las democracias nuevas o en transición (Malasia, Malí, Myanmar, Sri Lanka).

    Por otra parte, la pandemia también ha expuesto a un total de diez países que no mostraban ningún signo aparente de debilitamiento democrático, pero en los que se han establecido restricciones desmedidas o, en el marco de estas, producido hechos preocupantes (principalmente ligados al uso excesivo de las fuerzas de seguridad) que atentan contra la democracia o los derechos humanos. La gran mayoría de ellos se encuentran en América Latina: Argentina, Barbados, Ecuador, El Salvador, México, Panamá, Paraguay; también Israel, Lesoto y Eslovaquia integran este grupo. El desarrollo de la pandemia en estos países debe ser monitoreado cuidadosamente, en particular lo que suceda de ahora en más en la Argentina, ya que las circunstancias antes mencionadas podrían devenir en un mayor declive de la calidad democrática de cara al futuro.

    Unos pocos países se destacan como ejemplos de los que aprender, logrando mantener bajas las tasas de mortalidad por Covid-19 y, al mismo tiempo, adhiriéndose en general a los principios básicos que hacen a un sistema democrático. Entre las democracias de alto rendimiento se destacan Islandia, Finlandia, Nueva Zelanda, Noruega, Corea del Sur, Taiwán y Uruguay; entre las democracias de rango medio se destacan Chipre, Japón, Senegal y Sierra Leona.

    Además de la suspensión de libertades civiles básicas, los riesgos democráticos relacionados ala implementación de los Estados de Emergencia incluyen: la falta de un escrutinio parlamentario adecuado en su aprobación y posteriores ampliaciones, así como en la supervisión de su aplicación; la concentración del Poder Ejecutivo sin los controles y equilibrios adecuados; la adopción de medidas que no son estrictamente necesarias para frenar al virus (en particular, el ocultamiento de información o el uso excesivo de la fuerza); y la extensión del Estado de Emergencia más allá del tiempo requerido.

    Sin embargo, la pandemia también ha demostrado la resiliencia y la capacidad de renovación que tiene la democracia. La innovación a través de la digitalización acelerada fue un fenómeno que se produjo alrededor del mundo. A su vez, instituciones democráticas, como los parlamentos, la justicia, las comisiones electorales, los partidos políticos, los medios de comunicación y múltiples actores de la sociedad civil, han luchado contra los intentos de extralimitación del poder ejecutivo y el atropello autocrático. El fortalecimiento y la protección de las instituciones democráticas para hacer frente a las nuevas fases de la pandemia y en los esfuerzos de recuperación económica una vez superado el virus serán fundamentales, ya que solo las democracias sanas y fuertes podrán garantizar un crecimiento más inclusivo, equitativo y responsable en la “nueva normalidad”.

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