En un mundo distinto y peor. Por Joaquín Morales Solá

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    Cristina Kirchner está cambiando ahora su actitud frente a Massa y replica la táctica que usa frente al Presidente: del horno a la heladera y de la heladera al horno.

    a novedad tiene implicaciones políticas, sociales y económicas. La inflación mensual se estacionó entre el 6 y el 7 por ciento. La inflación anual se acerca peligrosamente al 100 por ciento anual. No sucedía algo parecido desde hacía más de 30 años, cuando sucedieron los últimos coletazos de la hiperinflación de Carlos Menem, antes del plan de convertibilidad de Domingo Cavallo. El ministro de Economía, Sergio Massa, logró en su gestión una primavera demasiado corta en el mercado cambiario, pero nunca pudo atenuar siquiera la inflación. Hasta el precio del dólar se le indisciplinó en los últimos días, mientras el Banco Central tiene solo 6000 millones de dólares en reservas reales, producto en gran medida de los encajes de los bancos por los depósitos en dólares de los argentinos. Muchos economistas consideran improbable que el ministro pueda eludir una devaluación brusca del peso, lo que llevaría la inflación de 2023 a niveles muy superiores al 100 por ciento.

    El aumento del swap con China por valor de 5000 millones de dólares, anunciado pomposamente por Alberto Fernández, tiene sus limitaciones. Son yuanes (la moneda china), no dólares. La utilidad real que tiene ese dinero consiste en que los empresarios argentinos podrán comprar insumos -los que ofrezca China- y el Banco Central podrá darles yuanes para el pago. Ya existe un acuerdo entre China y la Argentina que permite esa clase de operaciones. Pero no es un moneda que sirva para comerciar con el resto del mundo, donde hay que llevar dólares constantes y sonantes. Es posible que el Gobierno instrumente un nuevo dólar soja en diciembre porque se supone que hay stock de soja no liquidada por valor de unos 7000 millones de dólares. Con esos pocos elementos, Massa espera llegar a marzo cuando se liquidará la cosecha gruesa. El valor de esa cosecha está en duda todavía porque nadie sabe cuánto afectará la sequía a la producción agropecuaria. Los cálculos más conservadores estiman que podría afectarla en un valor de entre 5000 y 6000 millones de dólares, aunque nadie descarta que sea un monto superior. Depende de la lluvia y los pronósticos no siempre son exactos. En 2018, una fuerte sequía, que lo privó al país de unos 10.000 millones de dólares, fue uno de los detonantes de la crisis financiera que arruinó los últimos dos años de Mauricio Macri y le impidió la reelección en 2019. Sea como fuere, en cuestión de reservas de dólares el Gobierno hace equilibrios caminando sobre una soga extremadamente fina; abajo está el abismo.

    Massa dijo que se siente como el “plomero del Titanic”. Es una mala metáfora porque el Titanic se hundió en el mar. El plomero no sirvió de nada. Se parece, más bien, a un artista que sostiene con dos manos cinco platos en el aire. Si cayera uno de ellos, toda la estantería se vendría abajo. El ministro nunca se imaginó como el arquitecto de un milagro económico argentino, sino como un simple estabilizador del desbarajuste que habían armado sus antecesores Martín Guzmán y Silvina Batakis, ambos presionados permanentemente por la familia Kirchner (madre e hijo). Cristina Kirchner está cambiando ahora su actitud frente a Massa y replica la táctica que usa frente al Presidente. Del horno a la heladera y de la heladera al horno. La gastritis sangrante del Presidente en Indonesia se la debe en gran medida, seguramente, al padecimiento de esa táctica vicepresidencial. La carga de estrés; los silencios que debe hacer para no tener que optar por el regreso anticipado a casa; las constantes humillaciones a las que lo somete su segunda en el orden jerárquico (no en el real), y los magros resultados de una gestión que los argentinos le atribuyen a él, son elementos que suelen preceder a esta clase de enfermedades. No son enfermedades graves por sí solas, aunque la pérdida de sangre puede ser fulminante si no es controlada a tiempo.

    Massa es otro equilibrista fatigado de bascular entre el Presidente y los Kirchner. Cristina Kirchner no cejará. Su desmesurada preocupación por una eventual y demoledora derrota electoral el año próximo le permite suponer que ganará algunos votos como jefa de la oposición a su propio Gobierno, al Gobierno que ella misma aupó. El diputado radical Rodrigo de Loredo hizo un estudio en el que concluyó que Cristina Kirchner controla, a través de sus funcionarios, el 70 por ciento del presupuesto nacional. Massa tiene poder sobre el 20 por ciento, y el Presidente solo administra el 10 por ciento restante. ¿Se puede ser jefa de la oposición si se controla al mismo tiempo el 70 por ciento de los gastos del Estado nacional? La gastritis del Presidente tiene sus razones, definitivamente.

    Una sola cosa es cierta: difícilmente los oficialistas hagan lo que los manuales de economía indican para bajar la inflación entre tantas conflagraciones internas de los gobernantes. Los gastos del Estado no bajaron y ni siquiera se congelaron las vacantes como anunciaron sucesivamente Batakis y Massa. Las empresas estatales siguen recibiendo millonarios aportes de las arcas públicas (la primera de ellas es AySA, la que conduce la propia esposa del ministro de Economía, Malena Galmarini), y Aerolíneas Argentinas se aseguró también millonarios subsidios en el presupuesto del año próximo, mientras hace todo lo posible por desalentar la competencia de las aerolíneas low cost. Solo hay que escuchar las desopilantes anécdotas que cuentan los pilotos de las pocas low cost que quedaron en el país. Todos los monopolios son malos, pero algunos son eficientes. No es el caso de Aerolíneas Argentinas. El ajuste, al fin y al cabo, lo están haciendo los jubilados, con periódicas e injustas actualizaciones, y los salarios de los empleados en general, sobre todo los que trabajan en el Estado. Será solo durante un tiempo. La Corte Suprema de Justicia tiene jurisprudencia escrita y acatada sobre cómo deben actualizarse los salarios de los jubilados según la inflación y los aumentos en los sectores activos de trabajadores. La Corte volverá a poner las cosas en su lugar, aunque seguramente le tocará cumplir con esa disposición al próximo gobierno.

    Si no hay ajuste de los gastos del Estado y, encima, el Banco Central debe seguir emitiendo dinero para cumplir con su inabarcable deuda (las famosas Leliq), el Gobierno solo está atizando el fuego de la inflación. La realidad enterró la teoría de que la emisión descontrolada de dinero no espolea la inflación. Que emisión e inflación están condenadas a vivir juntas (o que la segunda es consecuencia de la primera) es una certeza económica que Alberto Fernández suscribía antes de reconciliarse con Cristina Kirchner. Después puso en duda esa certidumbre, pero ya nadie está en condiciones intelectuales de mostrar las pruebas de tan alocada teoría. Lo cierto es que nadie hace nada para bajar el escalofriante aumento de la inflación. A principios de año, el índice mensual oscilaba entre el 3 y el 4 por ciento. Ahora subió hasta el 6 y el 7 por ciento. Aunque la diferencia parezca poca, en rigor esa distancia separa dos mundos distintos para la gente común. Es la división entre un mundo previsible y otro donde todo es terra incognita, donde solo las malas noticias son predecibles.

    El Gobierno se entretiene con sus insignificantes pendencias. Se cumplieron cinco días hábiles sin que Cristina Kirchner cumpla con una sentencia de la Corte Suprema que le ordenó designar al senador Luis Juez como representante de la segunda minoría en el Consejo de la Magistratura. Es probable que antes del viernes, cuando se cumplirá el mandato de los actuales consejeros, la vicepresidenta insista con el nombramiento del senador hipercristinista Martín Doñate, al que la Corte eyectó del Consejo de la Magistratura, para hacerle lugar a Juez. Como el presidente de la Corte, Horacio Rosatti, es quien debe tomarle juramento en nombre del máximo tribunal a los nuevos consejeros, es probable que decida no aceptar el juramento de Doñate. Rosatti no podría nunca desconocer la propia decisión que firmó. Ese cargo quedaría vacante hasta que la Justicia vuelva a decidir sobre quién debe representar a la segunda minoría del Senado. Cristina Kirchner ya está a tiro de un juicio por incumplimiento de los deberes de funcionario público. Uno más. De todos modos, la Corte resolvió que el Consejo debe seguir funcionando, a pesar del boicot sobre esa institución que promueve la vicepresidenta.

    Todo esto es lo que explica la jauría oficialista que cayó sobre Juez por una declaraciones que hizo en el programa de Mirtha Legrand. Juez promovió una autocrítica de la democracia sobre su mala gestión de la economía en los últimos casi 40 años. Nunca dijo que la dictadura fuera mejor que la democracia. ¿Qué duda cabe que cualquier alternativa a la democracia, mucho menos la de militares que dejaron un mar de sangre y lágrimas, es mucho peor los errores del sistema democrático? Pero Juez estaba pidiendo que se hiciera un balance objetivo de qué se había logrado (o no logrado) en materia económica y social durante los años de democracia para poder cambiar la situación de millones de argentinos. Solo el oportunismo del kirchnerismo gobernante puede ver en Juez a un hombre cercano a dictaduras o militares.

    Algo muy parecido sucedió con Macri. El expresidente estaba hablando del mundial de fútbol y de los equipos con mayor posibilidad de conseguir el campeonato del mundo. Nombró a cinco (la Argentina, entre ellos) y los analizó a cada uno. Cuando nombró a Alemania dijo que se estaba, futbolísticamente hablando, ante una “raza superior”. Pudo ser un giro equivocado, pero estaba hablando de la selección alemana de fútbol, no de biología ni de historia. ¿Y qué hacemos con Gabriela Cerruti que dijo que las piedras que pusieron en Plaza de Mayo los familiares de las víctimas del Covid son las “piedras de la derecha”? ¿Y qué diremos de Alberto Fernández que dijo que “los brasileños salieron de la selva y los mexicanos de los indios”? El país vacila cerca de la oquedad mientras sus gobernantes pierden el tiempo hurgando en el significado literal de las palabras de sus opositores. Las palabras tienen una acepción, pero también un sentido y un contexto.

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