De enamorado a linyera. La historia de Rafaelle Napolitano. Por Jesús Rodriguez

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              Transcurría la primavera del año 2012, y los índices de la pobreza en Argentina, no eran de los mejores que digamos. Por entonces la indigencia,había aumentadoconsiderablementeen el país.

              Desde la Redacción Central de Clarín, envían una circular a los corresponsales del interior solicitando testimonios de gente que haya caído en la indigencia en lo que va del año. Al menos, se pedía tres casos testigos con fotos. No resultó difícil la búsqueda. Bastó con recorrer la periferia salteña para conseguir esos relatos. Pero a mí me interesaba un caso en especial: hablar con un hombre joven, andrajoso, de ojos claros y desprolija cabellera rubia, que siempre solíadeambular por las calles de la ciudad, y muy de vez en cuando por el centro salteño provocando lástima y rechazo entre la gente que lo cruzaba.

              Aquel día conseguí los tres testimonios que solicitaba la Sección Economía. Volví a mi oficina para escribir el material y enviarlo a Buenos Aires.

              Sin embargo, no claudiqué en la búsqueda de aquel hombre indigente. Esperé hasta el atardecer, y lo ubiqué debajo de una frondosa mora, sentadoen el cordón de una imaginaria vereda, dando la espalda al canal de la avenida Esteco, entre las calles Zabala y Castellanos.

              Ahí, estaba el hombre protegiendo del rocío su insipiente calvicie.Pasé caminando cerca de él y me miró. Lo saludo y me responde levantando una mano que tenía tapada con una gorra, y lo que parecía un pullover. Ya estaba anocheciendo con cielo despejado y el frío se hacía sentir.

              Le pregunté al hombre qué le había pasado.Por qué estaba tan abandonado. Me respondió, pero no le entendí nada de lo que me decía. Él se dio cuenta y comenzó a armar palabras en castellano para hacerse entender. Obviamente le pregunté: ¿de dónde sos? “Soy de Nápoles, Italia”, me dijo. Así, me contó a media lengua lo que lo trajo a Salta, y el porqué no puede regresar a su país.

              Enterado de su desgracia, fui de frente y le propuse: ¿Querés volver a Italia? Me miró, y marcó en su rostro una mueca de desconfianza. Soy periodista del diario Clarín de Buenos Aires. Y tu historia se puede convertir en una nota que puede sacarte de la pobreza. ¿Me contarías todo con más detalles? “Sí -me respondió-, pero ahora no, porque tengo que ir a la Iglesia de la Santa Cruz a pedir limosna. Cuando termine la misa de las ocho de la noche, hablamos”. Así, acordamos vernos al término de la misa.Le pedí a mi fotógrafo (Nelson Ruiz), que de inmediato venga hacia la Iglesia ubicada en calle Santa Fe esquina Pasaje de Los Artesanos.

              Al término de la misa, el hombre comenzó a pedir limosnas. Nelson,inició su trabajo. Recién ahí, vi cómo el linyera tenía sus manos,esas manos que en la oscuridad no dejó que se las vea cuando lo encontré sentado a orillas del canal de la avenida Esteco.

              En menos de quince minutos, la vereda de la iglesia quedó despejada de feligreses. Sólo quedó el hombre acompañado por “Perla” y la “china”, sus dos inseparables perritas. Una camioneta 4×4, estacionó en la esquina de Virgilio Tedín. Bajó un hombre con dos bandejas de comidas. Era la cena para él y sus dos perritas.

              El señor que trajo la cena no quiso dar su nombre, solo contó que lo hacía todas las noches asistiendo a otras diez personas en situación de calle que están en distintos puntos de la ciudad.

    –              ¿Cuál es tu nombre?

    –              Rafael Napolitano (me contesta, mientras cuenta las monedas que la gente le dejó momentos antes).

    –              ¿De dónde sos?

    –              De Nápoles, Italia.

              Rafael me contó todo lo que le pasó, y cómo la gente lo ayudaba con ropas usadas, calzados y comidas durante el día. Pero también sufría la discriminación de algunas personas. Tal es así, que él sabía que no podía ingresar a las cabinas telefónicas para llamar a su madre porque se lo tenían prohibido los empleados de las mismas.

              Rafael me dijo dónde quedaba esa cabina y fui a preguntar si esto era cierto: “No se le puede permitir el ingreso, por el olor que deja en las cabinas, y la gente se queja por la mugre de sus ropas”, dijo una empleada a este cronista.

             ¿Y a dónde llama?, le pregunté a la joven que atendía las cabinas ubicada en el primer negocio sobre el acceso a la Galería Balcarce, frente a la Galería Continental, ambas por calle Balcarce primera cuadra: “Llama a Italia” me responde.

            Le sigo preguntando, y me cuenta que al indigente “su madre le manda un dinero por Wester Union desde Nápoles (Italia), a nombre de un remisero que se lo cobra. Es la única forma que el hombre se haga de la plata porque él no tiene documentos de identidad para cobrar los giros”, concluye la joven.  

              Periodísticamente, todo se potenció… Esta historia no la mandé a la Sección Economía que había solicitado los testimonios anteriores sobre el aumento de la indigencia, sino que la propuse a la sección  Información General, como una historia de vida, pero mí propuesta no era respondida por ninguno de los editores.

              El sábado 29 de setiembre, le envío un e-mail al Editor General, Ricardo Kirchbaum explicándole el tema, y que los editores no me respondían sobre la misma: “Estoy en Brasil. Mañana llego a Buenos Aires. Pasame texto y foto. Luego hablamos”, me dijo.

              Al día siguiente –domingo-, Kirchbaum me asegura que el tema “se va a publicar el martes”. Y así fue. Tras la amplia repercusión, Clarín me envió a Italia, para conversar con Rafaelle y su familia, para una nota en la Revista Viva, y contar cómo fue el tan esperado reencuentro con su mamá y su tía en Pomigliano D’Arco, Nápoles, donde viven, y así, cerrar la historia de Rafaelle.

                                             Jesús Rodríguez.

    Rafaelle en la vereda de a Iglesia de la Santa Cruz.          Foto Clarín (Nelson Ruiz)

    Vino de Italia por amor, perdió todo y ahora mendiga en Salta  

    Rafael Napolitano tiene 39 años y desde 2008 pide limosna para sobrevivir. Su ex pareja le robó su pasaporte y el dinero que tenía por una pensión de discapacidad.

              Hace ya nueve años, Rafael Napolitano veía cómo su vida giraba del sufrimiento a la felicidad. A poco de tener un grave accidente laboral, conoció a la mujer salteña de la que se enamoró. Fue en su pueblo natal, Pomigliano D’Arco, en la provincia italiana de Nápoles. Y viajó con ella a empezar una nueva vida en Argentina. Lo que nunca imaginó este hombre de 39 años que ahora busca las palabras para contar su desgracia es que terminaría perdiendo todo y pidiendo limosna en una iglesia de Salta.

              En 2003, Rafael perdió los dedos de su mano izquierda  hasta los nudillos y el índice de la derecha, mientras operaba una prensa hidráulica  en una fábrica automotriz. Por su discapacidad, el Estado italiano lo jubiló con un haber mensual de 1.800 euros. Además la aseguradora de trabajo le adelantó a cuenta 130.000 euros.

              Poco después conoció a su ex novia –le dice “Marta” porque no quiere mencionar su nombre- y viajó con ella a la Argentina con una visa de turista. Su idea era volver a vivir a Italia con doña Carmela Toscano, su madre. Pero su ex lo convenció de quedarse. “Primero alquilamos y después fuimos a la casa de sus padres” recuerda.

              Una vez en Salta, Rafael le otorgó un poder para que cobrara la pensión. La visa se fue renovando cada tres meses, hasta que en el 2008 le dejaron de enviar el dinero porque tenía que renovar la carpeta médica en Italia: “Ella cobraba las jubilaciones y disponía del dinero. Cobraba y se iba al casino a jugar. No me daba ni para cigarrillos”.

    • ¿Cómo llegaste a ser mendigo?
    • Cuando Marta ya no pudo cobrar mi pensión, empezaron los problemas. Un día volví del centro en remís. Me bajo, toco el timbre y ella atiende por la ventana. Le pido que me de 8 pesos para pagar el viaje, y le grita al remisero “no hay plata y si quiere, mándelo en cana”. Fui en cana, como dice aquí, por 8 pesos. NO recuerdo cuántos días estuve preso.
    • ¿Qué pasó al salir?
    • Ella se había ido.   Sus padres me preguntaban a mí dónde estaba. Yo no sabía nada. Una vecina dijo que se fue con un hombre. Después nos enteramos que viajó al sur, donde vive ahora. Se llevó mis documentos. Me dejó en la calle. Y sin pasaporte no pude renovar la visa. Hace casi cuatro años que vivo irregularmente en Argentina.

              A Rafael, ahora se lo ve callejeando por Salta con Perla y Chiquitín, sus perros que adora. Lleva varias bolsas plásticas con cosas que recoge de la basura, o que la gente le da. “Me puede faltar a mí la comida, pero a mis perro, no”, dice. Cuenta que nadie le quiso dar trabajo. “Me veían las manos y me decían que no había nada. Entiendo, si ni siquiera puedo barrer con una escoba”, dice.

              Su esperanza es poder algún día volver a Italia. Allí mantiene contacto con su madre. “Le conté todo. Que no tenía dónde vivir. Que estaba durmiendo en la calle. Sin poder bañarme, y que para comer, iba casa por casa pidiendo las sobras de los almuerzos, o pan duro. Mamá me dijo que no podía estar así y con mi hermano, me enviaron un pasaje de avión, a confirmar en ventanilla –no recuerda la línea aérea-, pero no puedo hacer uso del pasaje porque no tengo pasaporte.

    • ¿Desde cuándo está tu boleto de avión en ventanilla?
    • Desde fines de 2008. Pero no tengo pasaporte. Mamá inició los trámites el año pasado en Italia, y se está gestionando en el Consulado Italiano de Córdoba. Pero nadie me puede decir nada. Y encima, como vivo en la calle, no tengo dónde recibir una carta.

     La noticia publicada por Clarín sobre Rafael Napolitano, movilizó a la comunidad italiana en el mundo y ésta apoyó su repatriación.

    Rafaelle habla con Clarín ante la atenta mirada de su madre y su tía (pañuelo al cuello).                  Foto Clarín (Víctor Sokolowicz – fotógrafo de Clarín en Roma)

    El mismo día de publicada la noticia en Clarín, el teléfono de la corresponsalía no paraba de sonar. Llamaban del Consulado de Italia en Córdoba y funcionarios locales, todos queriendo ubicar a Rafael Napolitano.

              A él -les decía-, lo van a encontrar en la calle Santa Fe esquina Pasaje de Los Artesanos. Es en la esquina de la Iglesia de la Santa Cruz. Ahí tiene un colchón tirado sobre la vereda cubierto por colchas viejas y bolsas plásticas. Les pasaba estos datos como para que tengan un punto de referencia para encontrarlo.

              Antes del mediodía, me fui a buscarlo al italiano para contarle la novedad. Pero la sorpresa me la llevo cuando veo una decena de periodistas haciéndole la guardia a Rafaelle.

              “¿Sabés dónde está?”, me pregunta un colega, mientras todos esperaban mi respuesta: yo también lo estoy buscando, respondí.Luego me entero que desde el ministerio de Salud Pública, ya lo habían buscado y llevado a un lugar para afeitarlo y bañarlo, y darle ropa limpia y zapatos nuevos.

              El colchón, las colchas y todo el basurerío que había en esa esquina, había sido levantado. Rafael, comenzaba a irse como yo se lo había asegurado.

              Desde el ministerio, no dejaban que los medios se acercaran al italiano. Cuando Rafaelle se fue, por televisión se lo vio en Ezeiza como un actor de cine europeo.

              Durante el tiempo que Rafaelle Napolitano “vivió” en la esquina de calle Santa Fe y pasaje de Los Artesanos (en diagonal a la iglesia de la Santa Cruz), compartió el lugar con otro linyera como él. Dicen los vecinos que probablemente fue africano o brasileño. Fornido, mulato, de tez morena y nunca se le oyó hablar. Solo murmuraba como para hacerse entender.

              Con Rafael, eran amigos. Solían sentarse a comer en una banqueta sobre la vereda de enfrente, bajo el toldo de una mercería llamada La Manzanita, y a contarse cómo les fue en su recorrido en busca de comida por las casas del barrio la queluego compartían quizá, junto al silencio de sus voces.

              El mismo día en el que Rafaelle volaba desde Buenos Aires hacia Roma, su amigo (el afro), emprendía otro viaje. Esa mañana, los vecinos lo encontraron durmiendo como todas las mañana, sobre el colchón tirado en la vereda, bien abrigado y tapado con sus colchas viejas. No dormía, estaba muerto.

              Tal vez, Dios no quiso dejarlo solo, sin su amigo que volvía a Nápoles, y se lo llevó con Él al cielo, donde quizá, el afro, no sea un ángel anónimo.

                                                Jesús Rodríguez.

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    Buenos Aires; domingo 14 de octubre de 2012

    El italiano que vino por amor y lo perdió todo, regresará a su país

    Su ex le robó el pasaporte y terminó mendigando en Salta. Hoy será agasajado en Morón y mañana volverá con su familia.

              La desgraciada aventura de Rafael Napolitano en la Argentina se acerca a su fin. El italiano que llegó hace 9 años tras los pasos, de su novia salteña, quien o abandonó y lo dejó en la calle, regresará mañana a Italia con la ayuda del gobierno de su país. Aquí nada le quedo, ni el dinero, ni el amor ni la suerte.

              Ayer, Napolitano dio el primer paso para su regreso y tomó el avión que lo llevó de Salta a Buenos Aires. Llegó con Perla, una de las perras que lo acompañó durante su vida callejera. En la vereda de la Iglesia de la Santa Cruz, su casa salteña desde que perdió todo lo que tenía, sólo habían quedado los dos colchones, una bolsa y varios pares de zapatos. Su ausencia sorprendió a muchos de los fieles que colmaron cuatro cola de cola por la celebración del día de la Virgen de Fátima.

     

    Revista VIVA

    Buenos Aires; domingo 3 de marzo de 2013

    Pomigliano D’Arco – Nápoles – Italia – Enviado especial                                                        

    “Me estoy dando una chance”

    De película. El italiano Rafaelle Napolitano quedó en la calle cuando su ex novia de Salta le sacó hasta el último centavo y el pasaporte. Clarín publicó la historia en octubre y pudo volver a su país a su país. Ahora, en Italia y con nuevo amor, reconstruye su vida.

              El semblante de Rafaelle Napolitano (39) es otro: está contento junto con su madre. En un mes subió ocho kilos y se le nota en la cara. Pero él se da palmadas en la panza y desliza: “Parece que estoy embarazado”. Alegría. Nueva vida. Tal es el cambio que ya se puso de novio con Gabriela, una rubia italiana de 29 años que trabaja de moza en un restaurante de Nápoles.

              Atrás quedó aquel italiano ingenuo que por amor a una pedicura que conoció en su país dejó todo para seguirla a Salta en 2003 sin imaginar que terminaría siendo un linyera y pidiendo limosna en la puerta de una iglesia.

              Antes de emprender el viaje a la Argentina con la mujer que lo cautivó, Rafaelle trabajaba en una fábrica de autos en Perugia, en la región de Umbría. Ese año, en un accidente laboral, perdió todos sus dedos de la mano izquierda y el índice de la derecha. Quedó incapacitado para trabajar.

              El Estado italiano le otorgó una jubilación de 1.800 euros. A cuenta, el seguro laboral le adelantó 130.000 euros. Con la mensualidad y el generoso anticipo, la salteña lo convenció de viajar a su provincia y vivir en la casa de sus padres. Ya en el lugar, Rafaelle le dio un poder a su novia para que percibiera la jubilación.

              En 2008, Rafaelle debía revalidar su carpeta médica en Italia para seguir cobrando la jubilación, ya que el Estado le había suspendido el envío de fondos. Como la salteña no pudo seguir cobrando y ya nada quedaba de los 130.000 euros, se las ingenió para que fuera preso: no le dio dinero para pagar el viaje en remís desde el centro salteño hasta su casa. El remisero lo denunció. Cuando Rafaelle quedó en libertad, volvió a su casa y su novia ya no estaba: “Se fue con otro hombre al Sur. Quedé en la calle sin dinero y sin pasaporte: ella se lo había llevado”.

              No bien regresó a su Pomigliano D’Arco, localidad de la provincia de Nápoles, en Italia, a las 3.30 de la madrugada sonó el teléfono de su casa: “Era Liliana”. Por primera vez, Rafaelle da el verdadero nombre de la salteña. Pero guarda en secreto su identidad completa y la intimidad de aquel noviazgo turbulento. “Ella (Liliana) me pidió perdón. Quería venir a Italia a vivir conmigo”, se ríe, y dice: “Está loca. ¿Después de lo que me hizo?”

              La historia de amor de Rafaelle, publicada por Clarín en exclusiva el 2 de octubre, sensibilizó a muchos corazones en el país y en el mundo. El senador italiano Esteban Caselli, quien representa a sus compatriotas en Sudamérica, inició el papeleo para la repatriación de Rafaelle. También intervino Francesco Rotundo, del Comité para los Italianos en el extranjero

              Hasta Pomigliano D’Arco, 25 kilómetros al sur de la provincia de Nápoles, casi todos conocen lo que le pasó a Rafaelle, porque el diario local de distribución gratuita “Il Paese Futuro” (El país del futuro) reprodujo la publicación de Clarín, que le permitió al italiano volver a encontrarse con los suyos cuando él “ya no tenía esperanzas de volver a su país, como le confesó Rafaelle al cronista que lo encontró deambulando en Salta.

              A Pomigliano D’Arco se llega por modernas autopistas. Es un atractivo y tranquilo poblado de gente de trabajo. Prevalece la industria automotriz y de aviación. Se destaca la propiedad horizontal, como sucede en Nápoles, donde los balcones se transforman en el tendedero de ropa más preciado.

              Aunque el otoño europeo ya les quitó el color a los jardines, en las veredas de la calle Arturo Ferrarin, donde vive Rafaelle, centenares de azaleas en prolijos canteros ya preparan sus largos sueños de invierno hasta la primavera de marzo. Rafaelle enciende un cigarrillo como si no le faltaran dedos. “Yo no le doy trabajo a mamá. Me plancho la ropa, me baño solo y hasta cocino pescados, mi comida preferida”.

              En su lengua italiana le dice a su madre, Carmela Toscano: “El es el hombre (señala al cronista) que me dijo en la Argentina: ¿querés volver a Italia? Le dije que sí. Y le conté lo que me había pasado. Todo lo escribió en un diario que se llama Clarín”. Doña Carmela agradece con la mirada. Ella sufrió un ACV un día antes de que se publicara la nota. No perdió la movilidad de su cuerpo y va a recuperar el habla. Mientras, Roxana, una vecina, la cuida.

              Ya por el tercer cigarrillo, Rafaelle recuerda a Alexander. Sobre la mesa de luz está su foto. Tenía 25 años cuando se mató en un accidente de moto. En el dormitorio hay dos camas: la de él y la que era de su hermano: “Cuando murió Alexander quise venir a Italia, pero no me alcanzaba el dinero porque Liliana me manejaba la plata. Ahora veo la cama vacía y me acuerdo de cuando compartíamos la habitación. De ‘bambinos’ nos llevaban a ver jugar a Diego Maradona, cuando sacó campeón al Nápoli”.

              Michelle Di Lucca es amigo y abogado   de Rafaelle. “Estamos con la documentación para presentar la carpeta médica para que a Rafaelle le reconozcan la discapacidad y cobre de por vida la jubilación”, cuenta Di Lucca.

    • Rafaelle, hablá de tu nueva novia.
    • Es muy linda. La conocí unos días después de llegar acá. Me la presentó Nicola, mi amigo dueño del restaurante. Vamos a ver cómo nos llevamos. No quiero quemarme más (se ríe). Ahora me estoy dando otra chance. Puedo ser tonto, pero no loco.
    • ¿Soñaste con que estás en Salta?
    • Soñé que Perla (su perrita negra azabache) dormía a mi lado. Fue tan real que me desperté, y la busqué en la oscuridad por toda la pieza. No estaba…
    • ¿Qué hacés durante el día?
    • En Salta caminaba de 15 a 20 kilómetros por día. Hombreaba bolsas por monedas. Ahora camino poco. Estoy con mamá. Miro televisión y me gusta tomar leche con bizcochos. Es otra vida. La que pasé en Salta quedó ahí.
    • ¿Y Perla?
    • Me la va a enviar, desde Buenos Aires, Francesco Rotundo. No viajó conmigo hacía escala en Madrid. Ahora vendrá en vuelo directo a Roma y la iré a esperar.
    • ¿Dónde vas a tener a Perla?
    •  Mi tía, que vive al lado, no l quiere porque tiene un gatito. Perla va a estar conmigo y saldremos a caminar.
    • ¿Volverías a la Argentina?
    • No quiero volver. Y mi mamá no me dejaría. Primero mi mamá, después Dios. Más que nunca quiero estar al lado de ella.

                                                                                 Jesús Rodríguez

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