Un balazo en la cara de un chico, el rostro perforado de la Argentina. Por Miguel Viñazki

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    Volvía de la escuela con su mochila y sus cuadernos y su celular. Caminaba.

    Lo interceptaron dos jóvenes armados, y le descerrajaron un balazo en la cara. Es el rostro borrado, baleado de una sociedad que se desangra desde el semblante perforado de las víctimas, de Joaquín, un chico, un estudiante, el hijo de todos.

    Pensemos en sus cuadernos, imaginemos los apuntes, las cuentas, los dictados, el aprendizaje, el esfuerzo por inscribir el conocimiento en el libro del futuro. Todo enrojecido por la sangre que desperdiga el proyectil impiadoso y monstruoso.

    Hay dos dimensiones. Una joven, Jéssica, corrió a socorrerlo y lo hizo. Le habló, lo protegió, intentó detener la sangre.

    Jéssica también lloraba. La madre de Joaquín, Natalia, le agradeció con el corazón en la mano, y gratitud eterna.

    Hay dos países. Uno que refuta los cuadernos, los útiles, la educación, y la niñez, y otro que, solidario, salva.

    Educar o matar, esa es la cuestión.

    En lo alto de los despachos se dirimen desbarajustes históricos, se celebran asunciones al poder, como si el país fuera una fiesta.

    El canto, la euforia y la confrontación de las bandas de la política, altisonantes, mientras tantos se desangran.

    La gerontocracia montonera encarnada en éste punto en Fernando Vaca Narvaja reivindicando la sangre derramada en el pasado, también borra el rostro literal de la historia, y lo enmascara en una épica heroica que encubre barbaridades y crímenes a mansalva. Ponderó, en declaraciones sonrientes como un Joker descuajeringado al militarismo activo y delirante de su organización y la confrontación la contraofensiva, que consideró exitosa con la dictadura que, en rigor, tuvo sostuvo vínculos y pactos con el montonerismo jerárquico.

    Los jefes montoneros están vivos, no sólo biológicamente, están biopolíticamente activos. El foquismo mapuche continúa la línea de Vaca Narvaja y los demás. Y avanza.

    Asesorados por los viejos soldados de Perón, pseudo mapuches violentísimos consiguieron que un burócrata de Parques Nacionales declarara y designara al volcán Lanín, como un espacio sagrado originario.

    El burócrata chamán de la beatificación de las alturas y de su entrega ceremonial a un grupo de presión que no ahorra violencia, se distancia de la realidad, de la circunstancia grave de las coacciones envueltas en el terror en Chile sobre todo y en Argentina también y cada vez a mayor escala.

    El jerarca hechicero de Parques Nacionales se arrogó la intercesión con los Dioses y los espíritus y entregó la montaña mágica.

    Ahora los mapuches o los pseudo mapuches reclaman ya el co-manejo de esa cúspide de nieves eternas, con “guardianes” propios y ancestrales de la naturaleza que tomarían el control y restringirían el turismo.

    Sería más pertinente y realista seguir la ruta del dinero mapuche.

    Finalmente, el Gobierno dio de baja la alocada resolución del Lanín. Pero el hecho simbolizó la permeabilidad al chantaje y al delirio.

    El totalitarismo moderno según Slavoj Žižek; la corrección política, nos induce a creer que vivimos en una sociedad libre cuando la ideología imperante aquí es la de la retórica idílica que confunde una pseudo ecofilosofía pacifista que encubre, justifica o se rinde ante la extorsión armada o incendiaria.

    De acuerdo a Žižek estamos a merced de todos los sometimientos pero estamos enmudecidos: “Nos sentimos libres porque nos falta el lenguaje necesario para articular nuestra falta de libertad”.

    La filantropía política de la corrección hipócrita abre conflictos que son heridas a corto y a largo plazo también.

    Sin palabras para articular todas nuestras sumisiones, el balazo que atravesó la cara de Joaquín gatilla la entropía de la libertad y abre un cisma, y un sismo también, que abisma el futuro, a los tiros.

    Hay una ideología de la ignorancia elegida.

    Los hechos pasan, se olvidan o se archivan. Los balazos que nos borran la cara persisten.

    Es por supuesto un problema de inseguridad gravísimo, pero es aún más grave si cabe, porque se incentivó con hechos irresponsables como la liberación masiva de delincuentes durante la pandemia.

    Son atentados primero formales y luego reales contra la vida, contra la niñez, contra la educación, y en favor de la sangre que es sangría contemporánea de la convivencia.

    Los mercachifles de la corrección política, venden como antaño baratijas por poder.

    Es corrección política cínica. Son mentiras o más precisamente, es el proceso de disolución de la distinción entre verdadero y falso. Ya no importa lo que es cierto y lo que no lo es. Prevalece lo incierto, una descomposición de lo fáctico, una desafiliación de los hechos, una distancia espectacular respecto de lo que ocurre, y una batalla descarnada por negar a través de una militancia orgánica, por ejemplo, los alegatos contundentes y tangibles del fiscal Luciani, que enredan a la vicepresidente con desfalcos apabullantes.

    Disparan a la cara de los hechos.

    Así nos rompen la cara a todos.

    Por suerte, personas como Jéssica existen.

    Y quizás sea posible sobrevivir.

    O quizás no.

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