El comienzo de la era Biden presenta varios desafíos. Por Sergio Berensztein

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    El presidente demócrata asume el poder con los coletazos de la toma del Capitolio y la crisis sanitaria provocada por la pandemia del coronavirus. Presentará ante el Congreso un programa de estimulo por 1,9 billones de dólares.

    A partir del próximo miércoles ,en un contexto repleto de interrogantes y desafíos de naturaleza diversa, comenzará la era Biden. El presidente 46º en la historia de los Estados Unidos asumirá sus funciones bajo condiciones excepcionales: la crisis política desatada luego del asalto al Capitolio se combina con el momento más duro de la pandemia por Covid-19.

    n materia de política doméstica, la agenda ya se presentaba compleja antes de que los seguidores de Trump irrumpieran en el Capitolio. Los acontecimientos del 6 de enero, sus efectos políticos, incluyendo el proceso de impeachment iniciado en contra de Trump, y el final caótico de su administración suman nuevos obstáculos y complejizan aún más el cuadro de situación. La sociedad norteamericana se encuentra atravesada por una profunda división y hay temor de que esta semana se despierten nuevos focos de violencia y se produzcan manifestaciones en contra del gobierno entrante.

    Entre los seguidores de Trump aún existen desconfianza respecto al proceso electoral que llevó al líder demócrata a la Casa Blanca. Al margen de las razones que justifican o no dicho escepticismo, el mandatario deberá convivir con un porcentaje no menor de la población que cuestiona su legitimidad de origen. Qué hará Biden frente a este escepticismo aún se desconoce. Por otra parte, el impeachment a Trump también genera dudas respecto a su legitimidad: no queda del todo claro si el proceso pueda avanzar con él fuera de la presidencia.

    La pregunta clave, tanto para demócratas como para republicanos, es qué hacer con el fenómeno Trump. Entre los republicanos, hay dirigentes que lo aborrecen y buscarían apartarlo por completo del partido; hay otros que también lo rechazan, pero miran sus votos con deseo, por lo que preferirían evitar una ruptura y esperar a que su figura se diluya con el paso del tiempo.

    La era Biden

    Esto para Biden puede representar una oportunidad, ya que, si se genera una división al interior del Partido Republicano, el sector anti Trump probablemente sea más propenso a negociar con los demócratas (siempre y cuando no se avance en una agenda muy radicalizada).

    Por el lado demócrata, Biden pretende focalizarse en la gestión, y que Trump inmediatamente pase a un segundo plano. El juicio político, lejos de contribuir a serenar los ánimos, sigue galvanizando a la opinión pública, y altera lo que para Biden debería ser el orden de prioridades del Senado. El nuevo presidente necesitará que la Cámara Alta avance con las designaciones de su gabinete y se concentre en la agenda de política pública. El impeachment a Trump le demandaría al Senado un valioso tiempo y esfuerzo, lo cual puede interferir con el programa de estímulo económico que el mandatario entrante le pedirá al Congreso para salir cuanto antes de la recesión y avanzar con la agenda sanitaria.

    La cuestión sanitaria es uno de los principales desafíos a los cuales deberá enfrentarse Biden (Estados Unidos suma por día aproximadamente 200 mil casos contagios y 3000 muertes). El ritmo de vacunación no logra por el momento ralentizar la tasa de muertes y en algunas ciudades, como en Los Ángeles, la situación del sistema de salud se tornó caótica. Biden prometió administrar 100 millones de vacunas en los primeros 100 días de su gobierno. Sin embargo, la promesa parece un tanto exagerada teniendo en consideración que se tratará de una administración nueva actuando en un contexto de escases de vacunas y problemas logísticos para su distribución. Si bien la vacunación se coordina por intermedio de los gobernadores de cada Estado, el objetivo resulta en principio difícil de cumplir.

    Respecto a la economía, la situación se ha ido deteriorando drásticamente en los últimos meses. Biden anunció que presentará ante el Congreso un programa de estimulo por 1,9 billones de dólares (el equivalente a 5 PBIs argentinos). Si bien el programa promete recomponer el nivel de consumo, al mismo tiempo empeorará la cuestión fiscal. Como consecuencia de la ayuda estatal otorgada durante la pandemia, el déficit presupuestario de Estados Unidos se triplicó hasta alcanzar la cifra de 3,1 billones de dólares en el último año fiscal (que terminó en septiembre pasado). Así, el déficit como porcentaje del PBI alcanzó el 16%, el más alto desde 1945. El nuevo plan de estímulo implicará un aumento en la emisión de deuda o una carga impositiva mayor, y esto puede generar perturbaciones en la macroeconomía.

    La cuestión medioambiental también representa un elemento fundamental para la nueva gestión. La implementación de nuevas regulaciones o restricciones, que configuran un eje central delas promesas de campaña de Biden, podrían comprometer el nivel de productividad, en un momento en el cual la economía norteamericana necesita recuperarse rápidamente. La ayuda estatal podría compensar los costos que implica la transformación hacia una economía más verde, pero nuevamente esto generaría un aumento del déficit fiscal.

    Por último, el final del gobierno de Trump y la llegada de Joe Biden y Kamala Harris al poder, despertaron fuertes expectativas en los sectores más progresistas de la ciudadanía norteamericana que esperan anuncios en materia de derechos sociales, política inmigratoria o incluso reformas policiales. Lo cierto es que difícilmente la nueva gestión pueda saciar dichas expectativas, y cualquier anuncio categórico en este sentido podría ampliar la “hipergrieta” que existe con los sectores del trumpismo más duro.

    ¿En qué lugar entra la Argentina?

    Nuestro país se beneficiaría así la administración Biden muestra, tal como se espera, un compromiso más contundente en los organismos internacionales, especialmente en el FMI, y en menor medida en el BID y el Banco Mundial. Sin embargo, tales beneficios potenciales deben ser relativizados. Por más apoyo político que exista por parte de la gestión demócrata hacia el Frente de Todos, el FMI no apoyara un nuevo programa si el gobierno argentino no presenta una hoja de ruta clara y consistente. Es cierto que, durante la gestión de Macri, el apoyo político de Trump fue fundamental para que se concretara el desembolso de 44 mil millones de dólares.

    Pero los objetivos de dicha gestión eran, al menos en términos discursivos, coincidentes con las metas tradicionales que propone el FMI. Con las tarifas de los servicios públicos congeladas, déficit fiscal creciente y emisión monetaria récord el acuerdo con el Fondo puede se torna cuesta arriba, independientemente de quien se siente en la Casa Blanca.

    En lo que respecta a la política comercial, Argentina mantiene con Estados Unidos algunas controversias históricas (limones, carne, biodiesel, miel). Al margen de estos conflictos, el nuevo esquema de comercio mundial dependerá en gran medida de cómo avance la guerra comercial con China (quien ha desplazado a Brasil como principal socio comercial de la Argentina). También merece un llamado de atención la política de inversiones: si Argentina, tal como lo expreso el canciller Felipe Sola, piensa revisar los acuerdos de protección de inversiones que se firmaron en los últimos 25 años, incluyendo el compromiso de recurrir al tribunal del CIADI, donde el país pierde recurrentemente ya que viola los tratados firmados, podrían generarse mayores desencuentros con el gobierno de los Estados Unidos.

    Sin embargo, la cuestión que guarda mayor complejidad es la relación con Venezuela (sobre todo después de la decisión de Maduro de seguir avanzando en contra de la libertad de prensa). Con la actual política exterior que despliega la Argentina, mostrando una inexplicable tolerancia hacia los abusos del régimen de Maduro, este tema se transformara en un área de divergencia con la gestión demócrata. En principio, la llegada de Biden a la Casa Blanca representa una buena noticia para la gestión del Frente de Todos, pero los efectos positivos potenciales no deben ser sobredimensionados, y principalmente la cuestión Venezuela podría generar rispideces significativas que afecten la relación.

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